Educar es compartir una metamorfosis
¿Tienes problemas con tus hijos o los tienes contigo mismo?
¿Quieres educarte para educarles?
Como padre, puedes ir a la escuela. Sí. Un requisito imprescindible para educar a tus hijos.
Anna Mascaró, pedagoga, especialista en desarrollo emocional y relaciones humanas y en psicología, lleva 15 años siendo maestra de padres. Y le emociona (y aprende) como el primer día.
Tal vez leer esto te ayude en casa. Mejor dicho: te ayuda seguro.
–Celia: Anna, titulas algunos de tus talleres con el epígrafe “EDUCARNOS PARA EDUCAR”. ¿Por qué, esta necesidad?
–ANNA: Está comprobado que educándonos les estamos educando a ellos. Nosotros somos la causa; nuestros hijos, el efecto. Y la felicidad se construye, es una decisión.
Tener hijos no nos convierte en padres, como tener un piano no nos convierte en pianistas. Educar a los hijos es crecer nosotros, y si nuestros hijos nos preocupan, ocupémonos de nosotros.
–Celia: Cuántos años llevarás diciendo esto…
–ANNA: Pues unos 20, desde que se inició la primera Escuela de Padres y madres en Barcelona, y los resultados, para quienes se implican, son siempre espectaculares.
–Celia: ¿Cuántos padres y educadores han pasado por estas aulas tuyas?
–ANNA: Pues unos 3.000 seguro
–Celia: ¿Y cuál es el denominador común? ¿Qué les lleva a recibir esta formación que tú ofreces?
–ANNA: Generalmente, el primer día de curso quieren cambiar a los hijos. Y ya en la primera sesión comprenden que tienen que cambiar ellos para mirar a sus hijos distinto; practicar la pedagogía de la abundancia: mirarles desde lo que tienen en lugar de desde lo que les falta. Ahí donde ponemos la atención eso crece: o bien en sus fortalezas o bien en sus debilidades.
–Celia: ¿Y qué sucede cuando transcurre el curso?
–ANNA: Que ellos, como personas, se notan distintos. No hablan ya de sus hijos, hablan de su propio crecimiento. No querer corregir a los hijos en función de las creencias que ellos como padres han recibido.
–Celia: ¿Por qué nos cuesta tanto cambiar, Anna?
–ANNA: Por miedo a ir hacia dentro y mirarse. Mientras no cultivemos el estar más centrados en nuestro interior, en la esencia, en el tesoro que somos, educaremos desde el hacer y no desde el ser.
¿Qué modelo ven nuestros hijos en casa? Si no nos ven reír, no reirán; si no se sienten respetados no podrán respetarse. Ellos nos observan constantemente. Observan lo que hacemos y somos, no lo que decimos. Es introducir en nuestra vida esta coherencia: entender que la palabra convence pero el ejemplo arrastra.
Nuestra tarea como educadores es basarse más en la influencia y menos en la obediencia.
–Celia: Tal vez la pregunta resulte un poco drástica, pero ¿se tienen hijos inconscientemente de modo habitual?
–ANNA: Creo que hay bastante inconsciencia cuando se decide tener hijos. Realmente, si muchísimas parejas supieran el valor del ‘proyecto sentido’, de la situación emocional de la madre y el padre durante la gestación… Ese instante lo llevan encima los niños, es un sello que hemos grabado en su modo de ser. Hay que tener consciencia de esto.
La irritabilidad de los padres deforma el carácter de los hijos. No les damos yogures caducados, pero sí corazones marchitos. Para llegar al corazón de los hijos debemos estar en paz, y para educar debemos llegar al corazón.
Educar es compartir una metamorfosis.
–Celia: Continua. Metamorfosis continua que comienza en la pareja y continúa en la familia, ¿no es así?
–ANNA: Eso es. Nuestros hijos son nuestros maestros. La mía, de 30años, me pidió que no dejara de decir esto: “Actuar siempre con conciencia, porque de quienes estamos marcados es de los padres. Ser padres es la oportunidad que tenemos para entrenarnos como personas”.
En mis Escuelas de Padres, muchos llegan en gestación o cuando están decidiendo tener un hijo, porque no quieren repetir el modelo recibido. Y una de las primeras preguntas que formulamos es ésta: “¿Es PESADO tu PASADO?” Una mochila muy pesada nos tira hacia atrás, nos aparta del futuro.
La palabra educar viene del latín ‘educare’, que significa ‘sacar lo de dentro’. Es esculpir la escultura que los hijos ya son. No es llenar un vaso, sino encender un fuego. Pero difícilmente podemos considerar el SER de alguien si no estamos en contacto con el nuestro.
–Celia: Después de esto, poco más que añadir…
–ANNA: Bueno… ¿hay espacio para un pequeño cuento?
–Celia: Claro, adelante.
–ANNA: Un payés iba por el campo. Se encontró un huevo y lo llevó a su gallinero. El huevo era el huevo de un águila, que creció como si fuera una gallina: escarbaba como las gallinas, cloqueaba como ellas… Un día, el aguilucho mira al cielo y ve un águila real con las alas abiertas; entonces, le pregunta a la gallina: “¿Qué es esto?” Y la gallina le dijo: “Es la mayor de las aves. Fíjate cómo vuela. Pero esto, ni tú ni yo podremos hacerlo nunca“. ¿Cuántos somos águilas que vivimos como gallinas? Si no hemos levantado el vuelo, no podremos acompañar a los hijos para que sean su mejor versión, levantando el suyo.